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.Me parece inconcebible que hayapodido dejar pasar tanto tiempo.está claro que la busco a ella, mejor dicho, aellas, la mujer no es una sola, sino muchas, todas perdidas de la misma manera,por mi desidia --estoy atrapado por la incertidumbre, y una me bastaría, porquede algo estoy seguro, de haber perdido mucho al perderlas.Normalmente, noencuentro, ya no tengo, no logro decidirme a abrir la libreta donde está elnúmero de teléfono, y si la abro es como si fuera présbita, no logro leer losnombres.Sé dónde está ella, mejor dicho, no sé de qué lugar se trata, pero sé cómo es,recuerdo claramente una escalera, un zaguán, un rellano.No recorro la ciudadpara encontrar el sitio, más bien me invade una especie de angustia, deparálisis, me devano los sesos tratando de entender cómo he podido permitir, oquerer, que la relación se extinguiese --faltando quizá a la última cita.Estoyseguro de que ella espera mi llamada.Si sólo supiese cómo se llama, sé muybien quién es, pero no logro recordar sus rasgos.A veces, en el duermevela que viene después, me rebelo al sueño.Trata derecordar, conoces y recuerdas todo, y con todo has saldado las cuentas, o nolas has abierto nunca.No hay nada que no sepas encontrar No hay nada.Queda la sospecha de haber olvidado algo, de haberlo dejado entre los plieguesde la atención, como se olvida un billete de banco, o una nota con un datofundamental, en un bolsillo de los pantalones o en una vieja chaqueta, y sólomás tarde se descubre que era lo más importante, lo decisivo, lo único.De la ciudad tengo una imagen más clara.Es París, yo estoy en la margenizquierda, sé que si atravieso el río llegaré a una plaza que podría ser laplace des Vosges.no, una plaza más abierta, porque en el fondo se yergue unaespecie de Madeleine.Después de la plaza, al otro lado del templo, encuentrouna calle (hay una tienda de libros antiguos en la esquina) que dobla hacia laderecha y desemboca en unas callejuelas, y estoy en el Barrio Gótico deBarcelona, no me caben dudas.Se podría salir a una calle, muy ancha, llena de luces, y es en esa calle, y lorecuerdo con evidencia eidética, donde a la derecha, al final de un callejónsin salida, está el Teatro.No está claro qué sucede en ese sitio de delicias, sin duda algo ligeramente ygozosamente turbio, como en un striptease (por eso no me atrevo a hacerpreguntas), algo de lo que ya sé bastante como para querer regresar, muyexcitado.Pero en vano, hacia Chatham Road las calles se confunden.Me despierto con la impresión de ese encuentro frustrado.No logro resignarme a no saber qué he perdido.A veces estoy en una casona de campo.Es grande, pero sé que hay otra sala, yno sé cómo llegar hasta allí, como si hubieran tapiado los corredores.Y en esaotra ala hay cuartos y cuartos, estoy seguro de haberlos visto anteriormente,es imposible que los haya soñado en otro sueño, con muebles viejos y grabadosdescoloridos, consolas con decimonónicos teatritos de cartón, divanes congrandes colchas bordadas, y anaqueles llenos de libros, la colección completadel Diario ilustrado de los Viajes y las Aventuras por Tierras y Mares, no escierto que se hayan desencuadernado por las muchas lecturas y que mamá se loshaya dado al trapero.Me pregunto quién habrá confundido los corredores y lasescaleras, porque allí es donde hubiera querido construirme mi buen retiro,entre esos olores de trastos suntuosos.¿Por qué no puedo soñar con el examen de reválida como todo el mundo?Era una estructura de seis metros de lado, situada en el centro de la sala: lasuperficie estaba formada por una multitud de pequeños cubos de madera, deltamaño de dados, unos más grandes que otros y unidos entre sí por hilos muydelgados.En cada cara de los cubos había pegado un cuadradito de papel, y enesos cuadraditos estaban escritas todas las palabras de su idioma, en todas lasconjugaciones y declinaciones, pero en completo desorden [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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