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.Cuando se dio cuenta de que Vibeke Heinerback era mejor seguro viva que muerta, se derrumbó, literalmente.Había intentado levantarse del sofá, pero le habían fallado las piernas.Sudaba a mares, pero en frío.Las ideas le daban vueltas en la cabeza.Finalmente había conseguido llegar a la ducha y, después, reunir un atuendo adecuado para la reunión extraordinaria del grupo parlamentario.Lo habían mirado.Con el ceño fruncido.Rudolf Fjord alzó el cepillo de dientes.Las cerdas estaban chatas y grises.Inservibles.Se puso en pie y rebuscó por encima en la basura a la caza de otro.No encontró ninguno.El nudo en la garganta crecía.Arremetió contra uno de los cajones del mueble del baño y se cortó feamente al intentar sacar un cepillo nuevo del rígido envoltorio de plástico.El hedor a amoniaco resultaba ya insoportable.No encontró tiritas.Realmente lo habían mirado con el ceño fruncido.—Buenos compañeros de partido —había sonreído Vibeke, algo estirada, cuando los periodistas, con algo de curiosidad de más, habían intentado profundizar en la relación que había entre ellos—.Trabajamos muy bien juntos, Rudolf y yo.Procuró respirar más profundamente.Enderezó la espalda.Sacó pecho, metió tripa, como en la playa el año anterior, aquel verano maravilloso cuando aún nada estaba decidido.Cuando estaba seguro de que lo iban a nombrar líder del partido tan pronto como el viejo por fin decidiera que el momento estaba maduro para un cambio.Sencillamente no conseguía respirar.Estrellas rojas le bailaban ante los ojos.Estaba a punto de desmayarse.Tambaleándose, con las manos contra la pared, consiguió salir del baño.En el pasillo se recuperó un poco, le dieron arcadas pero no vomitó, y siguió tambaleándose hacia el salón, hasta la puerta de la terraza.Estaba cerrada.Intentaba mantener la calma, algo andaba mal con los goznes, sólo tenía que levantarla un poco, así.La sangre dibujó curiosas figuras sobre el marco.La puerta se abrió.El aire gélido lo golpeó insuflándole vida.Abrió la boca y respiró.Lo habían mirado de un modo tan raro.Llamativo, seguro que habían pensado eso.Extraño que Rudolf Fjord fuera claramente el más afectado por la brutal muerte de Vibeke Heinerback.Kari Mundal fue la peor.De verdad que la gente no tenía ni idea de cómo era Kari Mundal.Una graciosa, diminuta y aguda ama de casa, pensaban todos.Aguda desde luego era.En el mejor de los casos no pasaría nada, pensó Rudolf Fjord tragando aire limpio.Ya estaba más tranquilo, y se abrochó la camisa con manos ligeramente temblorosas.La sangre ya había empezado a coagular.Se chupaba cuidadosamente el dedo.La mezcla del amoniaco había que hacerla más diluida, se daba cuenta.En el mejor de los casos no pasaría absolutamente nada.Capítulo 6La casa a la entrada del bosque era típica de los años cincuenta.No era gran cosa, casi podía pasar por una cabaña; una caja de madera construida con las tablas en vertical y un solitario balcón acristalado en medio de la fachada simétrica.El porche sobre la puerta de entrada era pequeño, con un banco a cada lado.La escalera era de obra y el escalón central necesitaba unos arreglos.Por lo demás el edificio estaba bien cuidado.Yngvar Stubø estaba en la calle, junto a la cancela.Se percató de que el tejado era nuevo y de que el color rojo de la madera era tan aceitoso que la luz de luna se reflejaba sobre la pintura.El farol de uno de los postes de la cancela estaba roto.Puesto que ya hacía tiempo que habían asegurado todas las huellas, se inclinó hacia el cristal quebrado y levantó la tapa de hierro para poder ver mejor la propia bombilla.También estaba hecha añicos.En el casquillo sólo quedaba un pequeño ribete de cristal dentado.Pasó el dedo índice a lo largo del fondo de la lámpara.Diminutos pedazos de cristal fino y mate se le adherían a la piel.La espiral estaba intacta, lo comprobó a la luz de la linterna.La apagó, se puso el guante y se quedó unos segundos quieto para permitir que los ojos se acostumbraran a la oscuridad.Bajo el techo del porche, justo encima de la puerta de entrada, también había un farol.No funcionaba.La noche era fría y clara.Al fondo del jardín, la luna colgaba sobre los árboles desnudos, exactamente la mitad, como si alguien la hubiera cortado pulcramente
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